sábado, 24 de julio de 2010

-¿Que si el arte es violento? - ¿Que si hay violencia en la música?-

No es común hacerse ese tipo de preguntas. Por alguna extraña razón el arte siempre ha sido el salvador de la humanidad, algo así como un elixir de amor. Una grata compañía que apacigua el mal vivir de la sociedad y lo creo también. Pero también creo que es más que eso.
No es ninguna droga a la que recurrimos para olvidar nuestros miedos, pero sí que nos hace olvidar por lo menos la velocidad inalcanzable que tiene el mundo actual. Creo que la violencia que se incrementa en el ser humano de alguna forma se convierte en el estímulo principal de la creación del arte. Algo así como la “musa inspiradora” (que descabellado no) pero si se fijan bien podemos encontrar obras bellísimas originadas con Dolor, Ira y Rabia, Angustia y Desconsuelo, Frustración y Desamor, todos ellos sentimientos y emociones profundas que componen la violencia del ser humano... o acaso el golpe físico es la única violencia concebible?
Yo creo que no, la violencia es una carta recurrente a la que nos dirigimos cuando vivimos un malestar profundo, con nosotros mismos y con el mundo que nos rodea. La torpeza existe cuando se nos descontrola y provocamos el daño. Bajo ese punto de vista, el arte es realmente un consuelo, algo así como el deporte que permite desahogarte físicamente, sin embargo acá hablamos de una abstracción, un viaje de conceptos identificados que revivimos para comprendernos mejor (como ser humano).
Es lo que ocurre con la Tragedia Griega, precursora de la ópera que revela las actitudes del ser como testimonio de que son reales, que el odio lo siento yo y él de al lado también, que la de allá sufre por amor como yo también. Que la violencia es real y la vivimos todos, pero se puede ir. Entonces no nos preguntamos por qué existe y dónde existe sino cuánto tiempo la hacemos prolongar y perdurar, cuánto tiempo la dejamos controlar nuestras vidas.
Finalmente para ello está el arte, no sólo para recrear la sensibilidad que tiene la especie y que la tenemos todos, sino para provocar un cambio radical en lo que se dice espíritu. Una función de espejo para mirarnos y reflejarnos, y para saber que no depende de cómo termina la música del aria del barítono de la ópera, ni qué enlace armónico va a utilizar para concluir la sonata, para terminar nuestra emoción y que luego venga una nueva, sino que para transmitirnos que nosotros ponemos la cadencia final cuando queremos. Que el arte nos es violento pero sí refleja la violencia de cada uno, como presionar o no el botón de la licuadora para triturar al pez de color que vive dentro de ella. Ni el artista es violento ni el arte de él lo es, nosotros los espectadores lo somos en la medida que cada uno lo es, y que cada uno quiera mantenerlo o dejarlo fluir como el agua de un río. El arte te propone una vivencia y tú lo llevas a cabo, con resentimiento, con alegría, con esperanza, con violencia...sólo depende de nosotros.